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viernes, 12 de noviembre de 2021

Cerrar el paréntesis

 



Cuando internaron a Mariela, empecé un texto que llamé Paréntesis. Hoy, poco más de un año y medio después, decido cerrarlo. Fueron pasando las siguientes cosas:

Leo una nota de Alexandra Kohan:

Dice, en una parte:

Jacques Lacan introdujo una novedad en relación al duelo: lo que nos duele no es tanto el objeto que perdimos, sino eso que fuimos para el que perdimos. Ese movimiento que propone puede parecer apocado, chiquito, nada estridente, pero resulta fundamental para que las piezas en la experiencia del duelo se dispongan de otra manera. Lo que fuimos para ese otro que ya no está conforma nuestra más íntima singularidad, esa que no va a poder repetirse en ningún otro lado, en ninguna otra relación. Es ese algo que nos hizo únicos -y no “lo único”-, no sólo para el otro, sino para nosotros mismos. Ese algo que fuimos y que se va con el que ya no está.

Poco después, viajando por facebook, me encuentro este poema de Julieta Pinasco.

Hoy viniste.

Traías como siempre tu sillita amarilla.

No me dijiste nada.

Yo estaba trabajando y me llevó un rato darme cuenta de que ahí estabas.

Te delató el sonido que hacían tus huesos al chocarse.

"¿Qué hacés?", te dije sorprendida. 

Y me miraste con tus ojos de muerto.

Y había tanta pena que te senté en mi falda.

Entonces apoyaste tu cráneo y,

si acaso a los muertos les es dado el sueño,

vos te fuiste durmiendo.

Yo te canté bajito,

para no despertarte,

una canción que decía que el amor no se muere;

que, simplemente, cambia

para que puedan morir en paz los muertos

y logren vivir los que quedan llorando.

 

Hoy veo esta nota de Dolores Gil:

Después de todo, somos los deudos los que ayudamos a nuestros muertos a convertirse en lo que son. Dice Despret: “Si no los cuidamos, los muertos mueren totalmente. (…) La tarea de ofrecerles un «plus» de existencia nos corresponde. Este «plus» se entiende, ciertamente, en el sentido de un suplemento biográfico, de una prolongación de presencia, pero sobre todo en el sentido de otra existencia. (…) Los muertos piden que los ayudemos a acompañarnos; hay actos que realizar, respuestas que dar a ese pedido. Responder no solo consuma la existencia del muerto, sino que lo autoriza a modificar la vida de quienes responden”. La escritura de Parte de la felicidad fue un acto para mi hermana, un acto que yo entiendo como curación, pero en el sentido etimológico de la palabra cura: cuidado, preocupación amorosa, afán, obra, trabajo.

 

 

En síntesis, a pesar de la profunda tristeza tenemos que de alguna manera seguir adelante con nuestras vidas porque hay otros a nuestro alrededor que también nos precisan, a los que también precisamos. Pero es imperioso mantener la memoria de los muertos, ya que, como bien indica Dolores Gil en su artículo, si no los cuidamos, los muertos mueren por completo. 

 

Fernando

Noviembre, MMXXI 

martes, 4 de agosto de 2020

Moqueando

Hace tres meses se iba mi compañera, Mariela, casi que por una pavada.
Luego se fue mi padre.
Un gran amigo se quedó sin laburo.
Otro amigo perdió a sus padres en menos de un año.
Mi padrino partió este lunes.
Y ahora Radio Cantilo tiene que cerrar sus puertas.

Es demasiado. Usted dirá "¿llora por una radio?". Sí. Y por los que laburaban en esa radio, y por todos los que mencioné arriba, y porque el mundo marcha hacia su extinción masiva y lo único que importa es vender un par de medias más en el hot sale.

¿Me dice que no le importa la economía?
No, digo que me importan las personas. Que no puede ser que todo sea economía. Bueno, sí puede, que no debería.
Pero la verdad, lo único que sé es que estoy muy triste. Duele mucho despedirse. Pero al menos se pueden despedir. Cuando murió mi pareja no pude ir al entierro porque fueron sus hijos, su madre, su hermana y no quedó lugar para mí. Así que ahí está, en su tumba, y no pude saludarla. Hablo con ella todos los días, a cada rato. Sueño que vuelve, que me manda uasaps.

Chau Cantilo. Capaz que un día vuelvas. Pero ella, Mariela, amor de mis amores, no volverá.


Fernando
Agosto, MMXX

domingo, 14 de junio de 2020

Llega el otoño


23 de marzo de 2020

Cuando empezó la cuarentena, la primera sensación fue de alivio por no tener que ir a trabajar. Pero pronto se volvió de angustia por no poder ir a visitar a Mariela, que por entonces todavía la estaba peleando. Y luego se tornó aburrimiento de no poder salir, apenas para ir a comprar. El aislamiento me convirtió en un perfecto consumidor: de películas, páginas web, ir al supermercado. Leer pronto se volvió algo imposible, no puedo esbozar un motivo. Leí El Eternauta, un poco del Quijote y no mucho más. Quise animarme con Almudena Grandes, pero no hubo caso. No encontré placer en la lectura.

Atardecer


Me dediqué, entonces, a ir a la terraza a tomar un poco el sol. Y pronto descubrí que el árbol que está al lado ya había empezado a vestirse de otoño: en sus ramas más altas las hojas se hacían furiosamente amarillas, mientras que conservaba algunas verdes en las inferiores. Así, cada día, le fui sacando fotos. Después dejé, porque apenas le quedaban una docena de hojas, que ayer, 13 de junio, con el viento frío de la mañana, desaparecieron.

Colores por la mañana

Los días fueron pasando entre películas y noticias de Mariela, que de a poco empezaron a empeorar. Y entonces me pregunté si valía la pena seguir sacándole fotos al árbol. Si valía la pena mirar películas, leer el diario. Fui dejando de leer las noticias, apenas pasar por los titulares. Después armé un pequeño archivo con la pandemia en los medios. Que en realidad, ahora me doy cuenta, es de un solo medio, el diario que leo siempre. Y mientras tanto seguía con el diario que llamé Paréntesis, por el ASPO y por Mariela, que seguía en coma inducido. Hasta que un día llegó la peor noticia: en el quirófano, cuando le iban a “hacer una limpieza” (que significaba amputaciones) sufrió un paro cardíaco de ocho minutos. Todo ese tiempo fue tremendo y le provocó un daño neurológico que no se podía dimensionar concretamente pero que, según me dijo el médico la última vez que fui a la clínica, harían que no volviera a tener una vida independiente.

Colores por la tarde

Todo puede pasar, decían los amigos. Hay que esperar, las cosas hay que verlas en perspectiva. Pensé que así como el árbol, que a la mañana se ve de un color y a la tarde de otro, según como le da el sol, podría ser que, si se recuperaba, podría volver a hablar, a reírse, a ser la de antes.

Hasta hace una semana, el árbol de al lado conservaba una docena de hojas. El viento de ayer se las llevó, como una arritimia pronunciada se llevó a Mariela el 3 de mayo. El árbol, ahora, descansa. El año que viene volverá a tener hojas.


Fernando Berton

Junio, MMXX


jueves, 14 de mayo de 2020

Tomar distancia



En su nota en Página 12 del 14 de mayo de 2020, Horacio González nos dice: 

Pero sería una irresponsabilidad más, no saber que somos los mismos que hace millones de años teníamos “los útiles a la mano”. Se medían los actos por la distancia a tiro de piedra. Claro que es también el origen de la guerra. Hay que decirlo todo. Pero sabiendo de los riesgos, deberíamos recuperar el sentido abierto, antropológico del arte amoroso de la distancia.

Y quiero detenerme en la expresión arte amoroso de la distancia. Los kilómetros recorridos para encontrarnos, o para ir juntos, o para volver a nuestras casas. Todos esos trenes, colectivos, subterráneos y pesos invertidos para amar. Abrir la puerta con una sonrisa, una mirada algo extasiada, alabar un corte de pelo o una prenda. Todas esas charlas que sirvieron para acortar soledades.
Ahora, en esta mañana fría, caigo en la cuenta de que esa distancia que regularmente tendía a acortarse y desaparecer, se ha hecho impredecible, inconmensurable. ¿Qué distancia nos separa en este momento? 

Dice también González que distancia y tiempo son lo mismo, se consumen al unísono. Pero claro, eso es en el supuesto de un viaje, y no cuando uno está quieto, en la misma casa, recorriendo las mismas cuatro cuadras hasta el supermercado, cuando ir al banco que queda a siete cuadras equivale a una excursión a los ranqueles. 

A diferencia de Charly, no tengo living, de modo que voy a la terraza. Allí puedo encontrar la luna, incluso en horas de la mañana, o pequeñas ventanas que abren una rendija a las vidas cercanas que se desconocen. ¿Quién será esa mujer que se sienta detrás del vidrio en su sillón y mira largo rato hacia la calle? Y entonces el viento, el frío, un estornudo y vuelta a la cama. A saber que no sé qué distancia nos separa ahora, qué colectivos o trenes hay que tomar, ni cuánto tiempo llevará encontrarnos con una sonrisa al abrir la puerta, aL perdernos en un abrazo.

Fernando
Mayo, MMXX

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